¿Qué es lo que me duele o me pone triste?

Nos duelen las pérdidas y las agresiones. Puede ser más o menos intensos. Hay dos gestos (en cuanto a la expresión) esenciales frente al dolor. El encogimiento total, como la ostra, y el otro es el grito, la rabia. Antes teníamos a las “plañideras”, las que lloran.

Las pérdidas pueden ser a muchos niveles. Desde pérdidas físicas, una amputación, una enfermedad en la que te quitan algo. Pérdidas emocionales; ser objeto de rechazo de alguien significativo. Esa esperanza emocional depositada en ese vínculo.

Las pérdidas colocadas en lo mental. Pérdidas de los ideales. Puede o no doler pero entristece. De las fantasías, de lo que yo pensaba que esperaba conseguir y de cuentos que nos contamos. Pérdida de la máscara, de los ideales.

En general no son dolores agudos, son procesos tristes. Y en estos casos está bien poder identificar ¿Qué es lo que he perdido? La tristeza facilita la metabolización de la pérdida. Así como el dolor es más agudo y teniendo en cuenta que en los procesos de duelo el dolor puede ser muy continuado en el tiempo.

La tristeza (¿Cuál es el gesto de la tristeza?), el retraimiento, el recogimiento, sería un proceso, además del llanto que facilita transitarla, es como el gesto de la caída, del descenso, de la desenergetización, decaimiento, como un dejarse, abandonarse. El gesto y el estar es un retraerte que facilita despedir lo que has perdido. Cuando nos entristecemos (vemos un mendigo en la calle), es por lo que nosotros podemos perder también, es suyo pero nos pone en contacto con lo que uno puede perder ya que somos humanos.

El gesto de encogerse es algo así como que no pase, que no pase. 

Hay fases en el dolor:

- Hay una primera fase que tiene que ver incluso con la incredulidad (no me lo puedo creer). La reacción de rabia (cómo es posible).

- Una segunda fase de llanto, la expresión del dolor. 

- Una tercera que es la furia. También existe la culpa. Es como un intento de que eso no hubiera pasado.

- Desolación. Impotencia, desasosiego.

Es un estar, un permitir la tristeza. Abatimiento y más adelante si nos podemos abrir a eso puede ser una experiencia muy hermosa, muy trascendente.

Nuestros afectos son ambivalentes. Cuanto más te quiero, más rabia me das. Y cuando te duele, te duele mucho.

En general, se dice, que es más fácil transitar en el proceso de duelo cuando la muerte no es repentina (si es más íntimo es más difícil).

Creo que en general, parece ser que es más fácil reconocer la tristeza y el dolor en las mujeres que en los hombres. Culturalmente si siempre se ha permitido llorar a las mujeres tenemos mayor acceso e incluso nos podemos estimular para llorar más fácilmente.

Lo que nos encontramos muchas veces en la consulta y en la calle es que da vergüenza llorar, está mal visto y da miedo. Si me entristezco me voy a caer. Da miedo deprimirse. Antes había un tiempo muy largo de luto y de duelo y todo el mundo sabía que era así y se te respetaba y era normal. Ahora, no le damos espacio a eso, nos da miedo, a todos, y a los terapeutas también. Esto no está para nada facilitado y desde ahí es importante que los terapeutas le demos espacio a eso.

En todas las tradiciones espirituales, en todas las enseñanzas y búsquedas, sino tenemos presente la muerte, la vida no tiene sentido. La muerte es una buena  compañera en el camino. La conciencia de la muerte. En todo este sistema cultural en el que estamos inmersos, hemos pasado el límite de esperanza de vida de 60 a 100 años en esperanza de vida. Ese ir apartando, apartando. El dentista ya no duele, y está muy bien que podamos evitarlo. En todos los ámbitos estamos cada vez más lejos del dolor. Con lo cual, cada vez estamos más lejos de la posibilidad de madurar.

En relación a la vejez que vivimos como pérdida de la juventud, Freud dice: “¿Qué grado de bondad hay que alcanzar para soportar el horror de la vejez? Nuestro inconsciente es inaccesible a la idea de cercanía de la propia muerte. Para soportar la vida, hay que estar dispuesto a soportar la muerte.

Quizás debamos buscar en la ficción o en el teatro, las pluralidades de vida que necesitamos para vivir con el héroe y sobrevivir a él.” ¿Por qué tanta historia con el dolor y la tristeza? ¿Por qué no intentar evitarla lo máximo posible? ¿Si puedo ser más feliz?

En realidad, la felicidad no puede depender de la situación, o la satisfacción personal no puede depender de sí me quieren o me rechazan o si me dan esto o no me lo dan. La felicidad no es estar contento. Uno se alegra de lo que sale bien y estamos alegres o tristes en función de lo que sucede. Si quiero algo de ti y no lo encuentro, sino me pongo triste, al menos me decepciono. Pero mi felicidad no depende de eso. Mi felicidad depende de cómo madure, de cómo aprendo a vivir. Independientemente de que se me muera un ser querido y teniendo en cuenta que esto va a ser una oportunidad de hacer un valiosísimo aprendizaje porque me va a llevar a lugares que yo solo no puedo ir, sin esta situación.

La apertura o el nivel de comprensión de la realidad en esa situación no se me da sin una pérdida importante o sino aprendo a perder.

Lo contrario de esperar sería, conocer, actuar y amar. La espera (uno se pone en un lugar inactivo). La felicidad es por lo que yo puedo decidir, hacer o disfrutar, porque si no estamos sólo en desear lo que no tengo, y cuando no tengo... El niño que pide a los reyes un juguete, un tren. Cuando ya lo tiene, ya está. Este tren no es aquel tren que yo esperaba. Pero tenemos la posibilidad de disfrutar lo que sí tenemos, o de poder querer lo que sí tenemos, que nos da la posibilidad de poder gozar, aun a riesgo de poder perder. Aún con la seguridad de que vamos a perder.

Desde la perspectiva gestáltica, esta actitud tiene que ver con atreverse a estar vivo, a seguir el curso de la vida, a encontrarse con lo que hay. Y estar ahí, y a poder estar en eso sobre la base de nuestra necesidad.

Desde una perspectiva psicoanalítica es, atreverse a perder la imagen, atreverse a perder el ideal. Qué ilusos son cuando pensamos que sabemos lo que nos va a ir bien, como si la vida no fuera más ancha, más inteligente, más sabia, y no hubiera muchas más posibilidades de lo que nuestra pequeñita mente puede programar. Lo cual no nos exime de saber lo que nos alimenta y lo que nos intoxica. Madurar significa ir resquebrajando la omnipotencia, ir atendiendo a la castración. Ir acercándonos a nuestra grieta. El dolor y el amor están en el mismo lugar o similares.

La tristeza es necesaria para actualizarnos. Dado que las pérdidas son constantes, o nos entristecemos con lo que vamos perdiendo, lo cual no quiere decir entrar en un estado de tristeza permanente, sino irnos entristeciendo cuando toca, que es muy frecuentemente, o estamos anclados en el pasado.

Volviendo a la diferenciación entre la tristeza y la depresión. En la tristeza se da, hay un recogimiento, un desligarse del mundo, un irse hacia dentro, y en la depresión también. En la depresión hay algo que es la mala autoimagen. Uno se ve a sí mismos como horrible. Este es uno de los ítems más importante en depresión. Poderse tolerarse así. Poder ponerse delante de uno y tolerarse así. Hay una desvalorización brutal. El deprimido tiene también una afectividad rígida. El que está triste, si pasa algo agradable, satisfactorio, le cambia la cara, se alivia en ese momento. Si le acompañas, sientes el agradecimiento. El depresivo está como un corcho. No hay reacción emocional. Es importante el tema de la culpa. Uno no se tolera a sí mismo “no gustándose”, se persigue, se culpa, y es un círculo vicioso que se alimenta. De ahí la importancia de aprender a mirarse bien.

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